Lil Tay, la polémica influencer convertida en fenómeno viral desde niña, acaba de llevar su carrera al siguiente nivel: cuatro días después de cumplir 18 años, lanzó su propio perfil en OnlyFans y recaudó más de $1 millón de dólares en tan solo tres horas. Sí, leíste bien.

La estrategia fue ejecutada con precisión: lanzó su primer contenido minutos después de su cumpleaños, justo a la medianoche, cuando legalmente podía operar por su cuenta. Según ella misma, todo fue grabado y subido en vivo, sin intermediarios y con control total de su imagen. Plataformas como The Cut y varios medios independientes repitieron la cifra exacta que exhibió Lil Tay en su primer día, confirmando que su popularidad se tradujo directamente en ingresos espectaculares.

Pero el éxito no fue exclusivo del código monetario. Gamers, streamers y creadores digitales se volcaron a TikTok e Instagram Live para discutir el show familiar que siguió a la noticia. Su hermano, Jason, interrumpió sus transmisiones públicas en directo, intentando sacarla de la casa familiar y generando un escándalo doméstico subido al máximo volumen digital. Lil Tay respondió con discursos de independencia y libertad creativa, mientras otros lo interpretaron como explotación mediática.

 “Soy mayor, soy mi propia marca, puedo manejarlo”, dijo.


Pero no todos aplaudieron: críticos como su hermano la tacharon de víctima de una maquinaria tóxica, mientras que fans la vieron como modelo de empoderamiento 2.0.


 El caso plantea interrogantes sobre el límite entre libertad, consentimiento y fama digital en tiempos donde la juventud monetiza su imagen desde la adolescencia.