Cuando piensas en campañas de maquillaje, esperas celebridades, influencers, tal vez una modelo con aire parisino… ¿pero una estrella de OnlyFans? Así es. Urban Decay, la marca más irreverente de L’Oréal, lanzó su nueva campaña global con Ari Kytsya, una creadora que genera contenido explícito en plataformas de suscripción. El anuncio desató una tormenta en redes.
Con más de 4.6 millones de seguidores en TikTok e Instagram, Ari no solo vende maquillaje: vende actitud. Pero la jugada de L’Oréal va más allá de un rebranding audaz. Es una declaración de principios. “La autenticidad es belleza”, dice la campaña. Sin embargo, no todos lo ven así.
Grupos feministas como Fawcett Society han levantado la voz: ¿una empresa de belleza que llega a menores puede asociarse con alguien que monetiza contenido erótico? ¿Dónde está el límite entre empoderamiento y marketing sin escrúpulos?
La polémica está servida:
¿Estamos normalizando o visibilizando?
¿Rompiendo estigmas o abriendo puertas peligrosas?
¿El futuro de la publicidad es tan libre como el contenido que ahora protagoniza sus portadas?
La respuesta, como el delineador perfecto, depende del pulso con que se mire.