Un análisis publicado esta semana en Wired encendió las alarmas: las políticas de verificación de edad no son un ajuste menor, sino una amenaza a la arquitectura misma del porno online.
El texto plantea que el modelo descentralizado, ese que permitió que miles de creadores independientes, desde sus dormitorios, conectaran directamente con el público, podría estar a punto de colapsar. Las nuevas regulaciones abrirían la puerta a un monopolio corporativo donde solo las grandes empresas puedan costear sistemas de verificación robustos, dejando fuera a estudios pequeños y creadores independientes.
El riesgo no termina ahí: la censura encubierta y la exclusión de comunidades marginadas (LGBTQ+, racializadas, trabajadoras sexuales) se vuelven escenarios probables. Además, el público podría migrar hacia plataformas menos seguras o totalmente fuera de radar, alimentando el mercado clandestino.
La pregunta es clara: ¿estamos frente al fin de la “era dorada” del porno digital independiente? O, por el contrario, ¿será este el empujón que genere nuevas plataformas descentralizadas, más seguras y resistentes a la censura? Lo que está en juego no es solo el entretenimiento adulto, sino el derecho a crear, consumir y existir en internet sin filtros corporativos ni estatales.